Durante el verano, la actividad económica mundial ha sufrido un retroceso derivado de la confluencia de varios factores.

En todo el mundo, la inflación ha subido a tasas no vistas en varias décadas, provocando una respuesta firme de los bancos centrales que, a su vez, está llevando a un endurecimiento de las condiciones financieras. Además, en la mayoría de los países, la aceleración de los precios al consumo está impulsada en gran medida por el aumento del coste de muchas importaciones de productos básicos, que está reduciendo el poder adquisitivo de los hogares y las empresas no financieras. A su vez, las numerosas subidas de los precios de las materias primas se han visto exacerbadas por la guerra de Ucrania, que también ha generado incertidumbre respecto a la seguridad del suministro energético de Europa y la posibilidad de un aumento significativo en las tensiones geopolíticas mundiales.

Las condiciones financieras mundiales se han endurecido desde mediados de agosto.

A principios del verano, la percepción de que los bancos centrales podrían optar por endurecer gradualmente la política monetaria, ante la desaceleración de la actividad, provocó un aumento del apetito por el riesgo, con la subida de las cotizaciones bursátiles y la relajación de los tipos de interés. Sin embargo, estas tendencias se invirtieron posteriormente cuando las autoridades monetarias reafirmaron su compromiso de combatir la inflación. Un acontecimiento clave observado en los mercados financieros mundiales es la apreciación generalizada del dólar estadounidense, que podría tener importantes repercusiones para otros países. Podría, por ejemplo, aumentar aún más los elevados precios de las materias primas (dado que éstas se negocian generalmente en dólares estadounidenses), o aumentar la carga financiera de los agentes que se han endeudado en esa moneda (como suele ocurrir en muchas economías de mercado emergentes).

Europa está especialmente expuesta al impacto de estos últimos acontecimientos.

La vulnerabilidad de Europa a la guerra de Ucrania se debe principalmente a la proximidad geográfica al conflicto y, en particular, a la dependencia de las importaciones de productos básicos procedentes de Rusia, especialmente el gas, que se utiliza como fuente primaria de energía en los hogares y las empresas y también en la producción de electricidad. La guerra ha provocado crecientes interrupciones en el suministro de gas, a las que Europa está haciendo frente mediante una serie de vías complementarias, como la diversificación geográfica de las importaciones de gas, la utilización de las limitadas posibilidades disponibles a corto plazo para sustituirlo por otras fuentes de energía y la reducción del consumo, todo lo cual ha dado lugar a una elevada utilización de la capacidad de almacenamiento. No obstante, las medidas adoptadas hasta la fecha no pueden garantizar plenamente que no se produzcan interrupciones de suministro en invierno este año, especialmente en algunos países de Europa central. En los escenarios menos favorables, esto podría afectar gravemente a la actividad económica.

El impacto de estos factores ha provocado una revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico en todas las zonas geográficas.

Las perspectivas a corto plazo han empeorado como consecuencia de la persistencia de las altas tasas de inflación, el endurecimiento de las condiciones financieras y las prolongadas distorsiones de la oferta. Más allá de los próximos trimestres, el crecimiento económico depende crucialmente del curso de la guerra en Ucrania. Si la incertidumbre generada por el conflicto disminuyera, la actividad debería repuntar, en un contexto en el que se vislumbran indicios de que los cuellos de botella de la producción y el transporte mundiales podrían estar disminuyendo y de que las presiones inflacionistas podrían estar alcanzando su punto álgido, como indica el hecho de que la mayoría de los precios de las materias primas (que se habían disparado a niveles muy altos) han disminuido un poco.

En los últimos meses, también en España se han observado crecientes signos relativos al descenso de la actividad económica.

El levantamiento de la mayoría de las restricciones relacionadas con la pandemia impulsó la actividad en el segundo trimestre y allanó el camino para la continua recuperación del turismo internacional en los meses de verano. Sin embargo, las afiliaciones a la Seguridad Social, cuya fuerza sorprendió al alza en la primera mitad del año, se desaceleraron en el tercer trimestre. Además, la subida de los precios de la energía se ha ido extendiendo a una parte cada vez mayor de los bienes y servicios que componen la cesta de consumo de los hogares. Esto ha reducido el poder adquisitivo de los hogares, lo que a su vez ha dado lugar a un debilitamiento de los indicadores de gasto de estos. Además, el elevado coste de los productos energéticos y la inseguridad del suministro están afectando a la producción de las industrias más electrodependientes. En general, esta disminución de los ingresos de la industria y de los hogares también está reduciendo la demanda de producción en todos los demás sectores. En cualquier caso, según la última edición de la Encuesta de Actividad Empresarial del Banco de España (EBAE), el deterioro de la actividad percibido por las empresas en el tercer trimestre es muy desigual entre los distintos sectores, siendo los que más se han beneficiado del levantamiento de las restricciones por la pandemia, como la hostelería y el ocio, los que registran un mejor comportamiento.

Bajo ciertos supuestos -sujetos a gran incertidumbre- la actividad económica podría cobrar mayor dinamismo a partir de la primavera de 2023. Según el informe trimestral de la economía española publicado por el Banco de España, el crecimiento del PIB español, tras aumentar un 4,5% este año, se desacelerará hasta el 1,4% en 2023 y volverá a subir, en 2024, hasta el 2,9%.3 Mientras tanto, la tasa de crecimiento de los precios se revisa al alza en todo el horizonte de proyección, lo que significa que las tasas de inflación previstas son ahora significativamente más altas y persistentes que hace unos meses. En concreto, se espera que la inflación se sitúe en una media del 8,7% en 2022, y que se modere gradualmente a partir de entonces, hasta el 5,6% en 2023 y el 1,9% en 2024. Naturalmente, estas perspectivas de inflación para España también están sujetas a una extraordinaria incertidumbre y dependerán, entre otras cosas, de la evolución de los precios de las materias primas y de la capacidad de recuperación de los ingresos salariales y de los márgenes de beneficio ante el aumento de los precios al consumo y de los costes de producción.