Ante las sucesivas crisis de las últimas décadas, es evidente que un sistema bancario sano y fuerte es indispensable tanto en los buenos como en los malos tiempos. Por una parte, impulsa el crecimiento económico mediante, por ejemplo, préstamos bancarios a las empresas que, a su vez, crean empleo. Por otro lado, como se vio en 2007-2008, los bancos inestables pueden perjudicar a la economía y al sistema financiero. Las regulaciones más estrictas aplicadas en los países de la UE tras la crisis financiera ayudaron al sistema bancario español a hacer frente al impacto económico de la pandemia de coronavirus.

Según la Autoridad Bancaria Europea, los países con ratios de NPL significativos a principios de 2021 registraron una mejora particularmente notable. Además, la calidad de los activos aumentó en todo el sector bancario, con una disminución del 7% de la morosidad en 2021. Sin embargo, el impacto a largo plazo de COVID-19 sigue siendo desconocido, sobre todo tras la retirada de las ayudas ligadas a la pandemia. Los efectos secundarios de la crisis, como la interrupción de la cadena de suministro, la presión inflacionista y el aumento de los tipos de interés, así como la actual caída del euro y los diversos movimientos de divisas, siguen afectando a las economías europeas y pueden hacer que algunas empresas vulnerables se vean perjudicadas.

En particular, algunos gobiernos ya están estudiando nuevas medidas de alivio a las leyes de insolvencia para evitar una oleada de quiebras en la economía real debido a las incertidumbres derivadas de las perturbaciones de los precios de la energía resultantes de la guerra de Ucrania.

Además, los acontecimientos en Ucrania están proyectando una amenaza importante e incierta. El Fondo Monetario Internacional recortó sus previsiones de crecimiento mundial en abril, citando «el aumento de los precios de las materias primas inducido por la guerra y la ampliación de las presiones sobre los precios»: «Se prevé que el crecimiento mundial se reduzca de un 6,1% estimado en 2021 a un 3,6% en 2022 y 2023. Esto es 0,8 y 0,2 puntos porcentuales menos para 2022 y 2023 que lo proyectado en enero».

Asimismo, los bancos ya están informando de indicios de posibles presiones. Los volúmenes de los préstamos de la fase 2 -los que se encuentran en las primeras fases de rendimiento- han empezado a aumentar. También lo han hecho los préstamos dudosos en sectores que han sufrido de forma desproporcionada debido a la COVID-19. En este sentido, la Autoridad Bancaria Europea advierte que «los bancos de la UE/EEE también tienen exposiciones indirectas a los sucesos de Ucrania, como las que se producen a través de empresas con vínculos comerciales con estos países, que podrían tener un impacto más amplio».

Para muchos analistas del mercado, la posibilidad de una recesión en Europa en los próximos 12 meses se está convirtiendo en una posibilidad real. Dadas las circunstancias, es muy posible que veamos cómo los volúmenes de morosidad empiezan a subir de nuevo.