La invasión de Ucrania por parte de Rusia, el 24 de febrero, y la reacción de las autoridades occidentales ante la gravedad de la situación y sus implicaciones geopolíticas, han llevado a la introducción de duras sanciones económicas a Rusia con consecuencias adversas. Estas consecuencias afectan no sólo al comercio y a los particulares, sino también al sistema financiero, incluyendo la denegación del acceso de varios bancos rusos a la red internacional de comunicaciones financieras SWIFT y la congelación de las reservas de divisas del Banco Central ruso. Estas sanciones suponen una nueva perturbación, que cabe anticipar de elevada trascendencia en términos de un peor desempeño de la actividad económica y un aumento de las presiones inflacionistas.

¿Cómo puede afectar esta situación a España?

Para evaluar la magnitud de estos efectos, resulta útil detallar dos tipos de efectos a través de los cuales esta nueva perturbación condicionará las perspectivas de la economía global: los de la primera categoría, derivados de las restricciones de suministro de productos energéticos, materias primas y productos industriales -tanto de Rusia, por las sanciones, como de Ucrania, por la guerra-; y los de la segunda categoría, de carácter financiero, derivados del impacto sobre los precios y los tipos de interés. En el caso de España es posible predecir que estos últimos serán significativamente mayores que los primeros.

En cuanto a la primera categoría, y probablemente el más importante, España no tiene un alto grado de exposición a Rusia en términos de dependencia energética. Apenas el 6% de las compras de España proceden de Rusia, significativamente por debajo del 40% de media en la Unión Europea.

El sector agrario español será, sin duda, uno de los damnificados. Nuestras importaciones de cereales y girasol, así como de medios de producción básicos como abonos y fertilizantes, se resentirán gravemente, lo que implicará un nuevo encarecimiento de los costes de producción para el sector. España, deficitaria en cereales, importa anualmente casi el 30% del maíz que necesita de Ucrania. En la campaña 2020/2021 Ucrania fue el segundo proveedor de maíz a España, por detrás de Brasil. España importa una media de 2,7 millones de toneladas de maíz al año. Además, el 62% de nuestras compras en el exterior de aceite de girasol también proceden de Ucrania, así como el 17% del trigo, el 31% de las tortas de aceites vegetales y el 15,4% de leguminosas grano.

En cuanto a otros productos, España importa de Rusia mucho menos fertilizante que otros países europeos y apenas oro (a diferencia del Reino Unido y Suiza), cobre (a diferencia de Holanda y Alemania), diamantes (a diferencia de Bélgica), paladio, platino, titanio o hierro.

En España y en el ámbito turístico estos efectos serán, previsiblemente, de dos tipos. En primer lugar, las sanciones impuestas a Rusia resultarán en una pérdida aún más pronunciada de visitantes rusos en el corto y, posiblemente, medio plazo. Por otro lado, la guerra y sus efectos sociales y económicos afectarán al consumo de viajes en nuestros principales mercados.

Empecemos por el impacto de la previsible paralización de los viajes desde Rusia a España. En 2019, los viajes de ciudadanos rusos supusieron unos ingresos de 1.400 millones de euros, que representaron el 1,97% de los ingresos turísticos. Cifras que se desplomaron con la pandemia hasta alcanzar apenas 113 millones en 2020, con una ligera recuperación en 2021.

Las previsiones para 2022, antes de la guerra, eran aún muy restrictivas y es probable que se produzca una reducción de estas cifras como consecuencia de las sanciones y la depreciación del rublo. Esto afectará a los ingresos de empresas españolas en este sector como hoteles y aerolíneas. También existe el riesgo de que las sanciones afecten a algunas empresas españolas de ingeniería y consultoría.

Sin embargo, los efectos más alarmantes para España a nivel macroeconómico serán los de la segunda categoría. El conflicto ha resultado ya en aumentos muy elevados del precio de muchas de estas materias primas. Esto supone, desde la perspectiva europea y española, una perturbación muy negativa en nuestro poder de compra frente al resto del mundo. Dicho de otra forma, un empobrecimiento relativo, que se une al encarecimiento que algunas de estas materias primas -en particular las energéticas- venían experimentando ya antes de la invasión. Todo ello sin descartar que, al margen de la reducción de la producción de algunos de estos bienes como consecuencia directa de la actividad bélica, pudieran producirse cortes intencionados en su suministro, lo que obviamente tendría un impacto incluso mayor sobre los precios y la actividad económica. Este escenario de inflación podría hacer especial mella en España. Una reducción de las compras de deuda y una subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo (BCE), castigarían a aquellas economías con más deuda pública sobre PIB.

En conclusión, la relativamente baja dependencia de España de Rusia puede permitirle gestionar los efectos de esta crisis en la economía real -salvo, claro está, los graves efectos en empresas concretas-, pero el mayor endeudamiento y retraso de España en relación con el ciclo europeo la colocará en peor situación cuando los precios de los combustibles y los alimentos se trasladen al resto de la economía europea y los tipos de interés y los diferenciales de deuda empiecen a reflejar estos mayores riesgos.